Tercera aventura de la saga, El Proyecto Amanecer. En esta aventura nuestro protagonista Peter Jaro, se ha convertido en un verdadero incordio para las Corporaciones Mineras y su intención de apropiarse de Marte.La decisión ya está tomada, eliminarle. Aunque no todo va a ser tan sencillo, ya que el planeta rojo sigue deparando sorpresas más allá de toda imaginación.
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PRÓLOGO
Oyó cómo la secretaria le llamaba por el holoteléfono. Lo activó y, tras hacer un simple gesto afirmativo, lo volvió a desactivar. Casi al instante, entró su ayudante. Sonreía como un imbécil, de oreja a oreja; su traje nuevo a la última moda, con rayas fluorescentes que convergían en puntos hipnóticos, era lo más feo que había visto en su vida. Cuando vio que permanecía hierático tras su mesa, se contuvo. Era un buen y fiel servidor, pero corto de miras ya que sólo veía los resultados obvios, no los de más allá, no entendía que “el demonio está en los detalles”.
– ¿Cómo va lo de Franky? –le preguntó sin esperar a su informe diario.
– Bien, Jefe. Como estaba previsto –respondió sin entender su frialdad.
– ¿Algo más?
– Ya han encontrado los restos de Yoko. Las pruebas de ADN confirman que se trata de él o de ella, como prefiráis.
– Así que el muy melodramático, en vez de intentar escapar, optó por el suicidio. Como mujer, era una estúpida y como hombre, un cobarde –sentenció despectivo.
– Ya han salido los lotes en los que se ha dividido la Corporación Shúter y el reparto ha acontecido tal y como anticipamos. Los que más nos interesan son el seis, el once y el catorce.
– Me temo que en eso, no tenemos influencia. Las tres Corporaciones hemos pujado con cantidades similares y se acabarán sorteando. Ahora todo depende del azar.
– ¿Es ésa la razón que enturbia su ánimo? No se preocupe, aunque esos tres sean los más atractivos, dadas nuestras inversiones actuales, cualquiera de los otros lotes también nos servirá.
– Jaro –bramó escueto y con un tinte de bilis que no se esforzó en disimular.
– Pero si a partir de ahora lo tendremos controlado…
– ¡Qué ingenuidad tan temeraria! ¿De verdad crees que se va a quedar de brazos cruzados?
Estábamos en mi apartamento del Hotel, lo habían renovado y equipado con nuevas medidas de seguridad. La Asamblea Mundial no quería un incidente diplomático, no tenían dudas de que habría dado instrucciones muy concretas a los Marcianos para mi hipotético fallecimiento. Nik e Ismael estaban muy contentos por el resultado final de la Shúter. Yo, no. Mi instinto me decía que no es que faltasen piezas, sino que encajaban a la perfección. Y mi experiencia en miles de casos como Liquidador me había enseñado que la realidad nunca encajaba con tal exactitud. Siempre había detalles que se perdían.
– Embajador, en vez de estar contento por haber acabado con la conspiración de la Shúter, le veo circunspecto y pensativo –apuntó un intrigado Ismael.
– En privado, llámame Peter. No estoy tranquilo. Es verdad que la Shúter estaba de mierda hasta el cuello, pero no más que las demás. Ha sido demasiado sencillo.
– ¡PETER! ¡Ha sido de todo menos sencillo! –me increpó un alegre Nik.
Fue en ese instante, cuando recibimos la llamada de Marte. Al activarla, vimos a un Héctor, taciturno y cansado. Su ropa estaba tan cubierta de polvo que costaba precisar cuál era su color original. Por contra, su mirada se había enriquecido en estos últimos meses. El cargo simultáneo de Jefe de la policía y del cuerpo de Liquidadores marcianos estaba precipitando su madurez. Sin duda se trataba de un puesto merecido, pero quizá también había implicado una responsabilidad demasiado exigente para alguien tan joven. Y en parte era culpa mía, ya que fui yo quien lo propuso a la Asamblea Mundial en detrimento del General sugerido por el Estado Mayor de los Marines Espaciales. Obviamente, se decantaron por Héctor, Marte ya no pertenecía a la Tierra, sino a los Marcianos, y colocar a un General en un puesto así, podría haber despertado suspicacias. ¡Qué equivocados estaban! Si conocieran la verdadera naturaleza del corazón del pueblo marciano, habrían comprendido que podían haber nombrado al Satanás ese de las creencias ancestrales y ellos lo habrían aceptado con los brazos abiertos.
– Hola, Peter –saludó lacónico.
Héctor era realmente precavido y aunque usáramos un código de encriptación holoplanetario, tan bueno como el de los miembros de la Asamblea Mundial, no diría ni una palabra más, hasta que no me viera y dijera la contraseña convenida.
– Hola, chico –repliqué ansioso ante los más de treinta y dos minutos de espera que transcurrían entre mi mensaje y su respuesta. Nik e Ismael ya no sonreían. El semblante y el tono de Héctor no auguraban buenas noticias. Los minutos se hicieron eternos…
– Hola de nuevo. Como la demora es un infierno para la comunicación, lo contaré todo seguido.
Recibimos con alegría la inminente llegada de Teresa. Como bien sabes, sólo hay dos médicos homologados en toda la colonia y son claramente insuficientes. Ésa es la única razón por la que no hago arrestar a todos esos pseudo curanderos de medio pelo que florecen por doquier y a los que he impuesto trabajar como enfermeros unas cuantas horas semanales en el hospital a cambio de hacer la vista gorda.
Tal y como me encomendaste, fui a recoger al espaciopuerto a Teresa y a su guardaespaldas, Rebecca, con Hank y seis de mis mejores hombres. Tras limpiar la zona de sospechosos y de cualquier individuo poco acorde al lugar en ese momento, nos pusimos en la entrada de desembarco de la nave. Lentamente, los pasajeros fueron saliendo y como es habitual, entre protestas por el sofocante calor, hasta que finalmente lo hizo el último. Me alarmé, dejé a Hank al mando para que ordenase a todos sus subordinados desenfundar las armas y desplegarse estratégicamente por la zona y entré con dos de mis hombres. El Capitán nos salió al paso interrogándonos acerca de qué demonios hacíamos en su nave y cómo nos atrevíamos a embarcar sin su permiso. Le expliqué lo que ocurría, mientras dos docenas de fornidos marineros nos iban rodeando. Ya tengo experiencia suficiente como para obviar semejante detalle. Su reacción distó mucho de mis expectativas dada la situación. Nos indicó que debíamos seguir los protocolos, que nuestras razones no importaban en absoluto y que no podíamos embarcar sin un permiso que, por supuesto, no obtendríamos hasta que lo concediese su compañía. Además nos advirtió que, en ningún caso podríamos subir a bordo armados, fuera la urgencia que fuera.
Recordé una de tus lecciones y me di cuenta de que ese capullo lo único que intentaba era ganar tiempo, así que, sin pensarlo dos veces, desenfundé mi pistola y le disparé al muslo izquierdo, la tripulación se sorprendió tanto que retrocedió rápidamente, al igual que los hombres que me escoltaban.
Le pregunté por Teresa y Rebecca y me respondió que no sabía dónde estaban, que él había cumplido con su trabajo trayendo la nave, sana y salva hasta ahí. Envié a uno de mis hombres a por Hank mientras seguía apuntándole ente ceja y ceja asegurándole que si alguno de los imbéciles que estaban bajo su mando hacía el menor movimiento, iba a esparcir su cerebro por toda la estancia. Registramos la nave y encontramos a Rebecca atada, amordazada e inconsciente en su camarote. Por lo visto, nuestra irrupción había interrumpido su traslado, ya que la puerta estaba abierta y ella tendida en el suelo. El habitáculo estaba revuelto y medio destrozado, por lo visto, la oposición había sido ardua.
Siento confesarte que no hallamos ni rastro de Teresa, pero, tal y como encontramos su compartimento, también debió defenderse como una tigresa. Encontramos salpicones de sangre en ambos casos, pero debían de pertenecer a sus atacantes, ya que no se corresponden con sus identificaciones genéticas. También encontramos vestigios en las bodegas de carga y por el reguero que dejaron, al menos uno de ellos debía de tener una herida abierta. Tuvieron que sacarla con los fletes. Anticipándome a tu pregunta, te informaré que los escáneres de control de las mercancías siguen en manos civiles. Aún no tengo personal suficiente como para dedicarlo a ello. Así que puede deducirse que quiénes quieran que sean, tienen gente aquí desde hace mucho, ya que me preocupé de reclutar civiles que llevaran varios años viviendo en la colonia.
Respecto a las cámaras de seguridad, se desconectaron nada más aterrizar. El, ahora, aterrorizado y encarcelado Capitán, jura y perjura que debió producirse una avería general y que no sabe nada del rapto. Ha de temerles mucho, porque, a pesar de haberle amenazado con torturarle, no se ha desviado un ápice de su primera versión.
Siento haberte fallado. Debí haber sospechado algo en cuanto no bajaron con los primeros pasajeros. No habrían tenido tiempo de llevársela –se lamentó quedándose helada su imagen con una expresión de auténtico abatimiento por lo sucedido.
Una duda me atenazó, y los minutos restantes se me hicieron eternos. Dependiendo de la respuesta de Héctor, acababa de encontrar una pieza que no encaja en el puzle.
– No te culpes, es imposible que previeras la trampa –dije tratando de aliviar su pena–. ¿A quién pertenece la nave? –pregunté con verdadero interés.
Tras treinta y dos minutos, recibimos la contestación.
– A la Corporación minera Taymat.
Mi respuesta fue concisa.
– Iremos para allí en la primera nave que parta hacia Marte.